Cieneganos: Orgullosos de sus tradiciones

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El día arranca muy temprano. Bueno esto no es extraño para los habitantes de Ciénega, que a pesar del frío boyacense, suelen levantarse muy de madrugada para cumplir con sus labores rurales.

Pero este sábado de octubre es especial. Ese puente festivo el pueblo está de fiesta. Es el primer día del Festival de la piedra y la labranza.

 

 

Los trajes típicos, sus animales y herramientas se combinan con los deseos de sus habitantes de salir a la calle a desfilar.

Cada año lo hacen las mismas personas, ya se conocen, pero no importa, lo viven como si fuera la primera vez que lo hicieran, porque acá lo principal son sus tradiciones.

Ese primer día de festividades desfilan con los bueyes, las ovejas, los utensilios y las herramientas con las que van a participar en los retos que impone el festival.

Algunos de los cieneganos compiten en el esquile de las ovejas. Atan una cuerda alrededor de las patas de los bovinos, que pacientes, esperan a que les corten su lana con tijeras.

Mientras esto ocurre en la mitad del parque principal, en la tarima ubicada en uno de sus extremos, otras mujeres hilan la lana extraída de las ovejas, con la que tradicionalmente elaboran ruanas y cobijas.

Todo ocurre al mismo tiempo. Al lado opuesto de la tarima otros concursantes construyen juncos y literas. Entrelazan bejucos y restos de hojas de árboles de la región para tejer estos elementos que usan cotidianamente en sus viviendas y el campo.

En uno de los pasillos de la Alcaldía otros campesinos expertos elaboran lazos a base de fique, que luego usan en la recolección de los productos de la región que comercializan en Tunja, Bogotá y pueblos vecinos.

Es un día en el que el pueblo se llena de concursos. En una pared, dispuesta por la Alcaldía, maestros de obra compiten con su experticia en el enchape en piedra. En esta población son expertos, pues las fachadas de sus casas deben tener un porcentaje de este tipo de enchape, según un decreto del Concejo Municipal.

Pero el concurso que se roba la mayoría de las miradas es el de levantar cimientos en piedra, como lo hicieron sus ancestros desde la fundación de esta población boyacense en 1818.

Una yunta de bueyes carga algunas de las piedras que serán utilizadas por los equipos de campesinos que durante el día deben construir lo que el jurado proponga en esa edición del festival.

Con alpargatas y atuendos típicos los concursantes acompañados por una mujer inician el rudo trabajo.

Trazan las medidas y eligen las piedras con la forma adecuada para el cimiento que tienen en mente. Con el mazo le quitan lo que le sobra a cada una de ellas, para que se acomode al molde.

A media mañana suena la sirena. Es hora de parar y recibir de parte de la mujer el guarapo y las arepas, tal como lo hacían sus ancestros. No importa la sed, el cansancio, la poca salivación, es uno de los reglamentos del concurso. Para ellos es un manjar que los llena de energía para continuar con la misión.

Al final del día eligen los mejores de cada concurso. Tienen premios, pero el principal, es llevarse el reconocimiento de sus vecinos, los mismos que seguramente va a enfrentar en el próximo festival.

Todas las actividades están al aire libre, a la vista de los turistas y cieneganos. Ellos se niegan a que sus tradiciones desaparezcan, y su orgullo, es que los extraños lo sepan y los visiten.